Literatura Mexicana Contemporánea

La escritura y el lenguaje en tiempos de anonimato

Valeria Luiselli, Papeles falsos, México, Sexto Piso, 2010.

Papeles falsos (2010), primera obra de Valeria Luiselli, es un libro de ensayos dividido en diez partes que trazan una cartografía atravesada por la nostalgia de algo que se espera llegar a ser, pero que sólo puede ser a partir de la imaginación y la memoria. Así, desde la experiencia siempre itinerante del ser humano, Luiselli integra todo su libro, de inicio a fin, con la idea del ser migrante y, por tanto, de la búsqueda de identidad. Ya desde el título mismo, Papeles falsos, y confirmándolo al final, se presenta el libro como un ensayo sobre “la enfermedad de la ciudadanía”, es decir, de la incertidumbre del saber quién se es y de dónde se es, tras asumir una “falsa residencia” en un mundo con fronteras políticas y una identidad aparentemente definidas, pero que en realidad, como los rostros y las ciudades al pasar el tiempo, se vuelven desconocidos, imposibles de ser descritos.

De este modo, la crisis identitaria se desdobla en diversos motivos que no sólo arremeten a la autora ni a los diversos personajes que aparecen a lo largo del libro —Brodsky, por ejemplo—, sino también a todos los hombres que no llegan a asumirse en algún sitio, que no han encontrado su verdadera patria, que no tienen siquiera una o que han sido despojados de esa posibilidad desde que aprendieron a hablar: “Más que una reminiscencia del paraíso, aprender un idioma es un primer destierro, exilio involuntario y mudo hacia el interior de esa nada en el corazón de todo lo que nombramos. […] Los nombres son los guantes que cubren la prótesis, la envoltura de una ausencia. […] Aprender a hablar es darse cuenta, poco a poco, de que no podemos decir nada sobre nada”, incluso de nosotros mismos (65).

En Papeles falsos el lenguaje, herramienta fundamental de la escritura, se convierte en una forma de exploración, de deconstrucción y de manipulación de los diferentes discursos que nos rodean y que nos recubren de identidades falsas, debido a las posibilidades de sentido que la palabra desborda, pero también porque es un organismo en constante destrucción. Por tanto, la escritura como las ciudades más que restaurar las ruinas del anonimato que ocasiona la instrumentalización del lenguaje, parte de las fisuras, excava, destruye, para sobrevivir a una historia dada por cierta, es decir, interviene en ella, se desapropia de sí misma. El lenguaje entonces es una forma de liberación del anonimato, es un lugar intermedio entre el ser y no ser. Esto nunca deja de vislumbrarse en estos ensayos de Luiselli, en los que Brodsky y Benjamin, figuras recurrentes en sus textos, dan soporte continuo a sus ideas.

Aunado a lo anterior, Valeria Luiselli, como escritora favorecida culturalmente desde su infancia, a lo largo del texto nunca deja de lado su vasta tradición artística. Como señala Sánchez Prado (2010), pudiera parecer chocante este exceso de nombres de artistas que a veces, para él, sobran. No obstante, este cosmopolitismo la posiciona como una ensayista que muestra que se puede pensar en las problemáticas locales desde lo global y viceversa, pues también en lo literario no hay una técnica unívoca para perfilarlas en el escrito. Luiselli, entonces, no sólo indaga en el sinsentido de la modernidad, sino también cómo “una cultura literaria cuidadosamente adquirida y demostrada desde lo pertinente hasta lo desesperado” es el “único lenguaje capaz de dar sentido a una vida que desborda a su voz narrativa”;[1] pero también a una vida diseccionada a través de la escritura misma, que busca salir del anonimato en una época de inmensa violencia que atenta no sólo contra la vida sino, de igual forma, contra la condición humana.[2]

De esta manera, el lenguaje junto con la recurrente tradición artística no sólo es pieza importante en el trazo de esta línea ensayística de Luiselli en torno a la crisis identitaria, sino también los muertos y los vivos. Como los vivos, reflexiona Valeria, los muertos, en una época en que se ha dado un salto entre lo privado y lo público —todo irónicamente, piensa Luiselli, se ha vuelto público—, siempre son anónimos porque resultan inamovibles en el tiempo y en el espacio como los mapas y cementerios, puesto que se han ido borrando sin encontrar su verdadera patria, y si queda algo de ellos, es su simple figura bordeada en enormes pizarrones de cemento, mientras que otros, desde arriba —o desde fuera—, los diagnostican. Asimismo, los vivos transitan por esos lugares inamovibles sin pretender ser blancos de sospechas, ni siquiera su rostro puede tener una expresión que lo particularice, ya que todo trazo lo vuelve más desconocido: una cartografía en desorden, sin un eje rector, accidentada. Por esto mismo, la distracción —ya sea por personalidad, ya sea por aburrimiento— y el escepticismo de los vivos hace perder el interés ante el ser siempre emigrantes en este mundo. No obstante, en Papeles falsos no importa el ser de algún sitio, sino cómo a través de la memoria y de la imaginación reconstruimos, destruimos y transformamos el tiempo y el espacio desde la escritura y, por tanto, desde el lenguaje:

Estamos en proceso de perder algo. Vamos dejando pedazos de piel muerta sobre la banqueta, palabras muertas sobre la mesa; olvidamos calles y oraciones repasadas con tinta. Las ciudades, como nuestros cuerpos, como el lenguaje, están en obra de destrucción. Pero esta amenaza constante de temblor es lo único que nos queda: sólo un escenario así—paisaje de escombros sobre escombros—compele salir a buscar las últimas cosas; sólo así se vuelve necesario escavar en el lenguaje… (67)

Edna Lira
Facultad de Filosofía y Letras

[1] Ignacio Sánchez Prado, “Las encías de la azafata, de José Israel Carranza y Papeles falsos, de Valeria Luiselli”, en Letras Libres, agosto 2010, p. 83.

[2] “Como pocas naciones en el globo terráqueo, México se enfrenta a las prácticas de lo que Adriana Cavarero llama el horrorismo contemporáneo: formas de violencia espectacular y extrema que no sólo atentan contra la vida humana, sino además —y acaso sobre todo— contra la condición humana.” Cristina Rivera Garza, Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación, México, Tusquets Editores, 2013, p.11.

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